La festividad tiene su origen en México y fue declarada por la Unesco «Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad»
Se trata de una costumbre que sobrevivió miles de años, más de 3 mil al menos. Y que tiene en México su epicentro, aunque también se celebra en otros países centroamericanos.
El Día de los Muertos (o según la designación oficial de la Iglesia Católica, el de los Fieles Difuntos) tal como lo conocemos, suele estar marcado por la tristeza. Pero la tradición está cambiando y México tiene que ver con ello.
Allí el Día de los Muertos es ancestralmente una fiesta de colores, sabores, música y reencuentros con los que se han ido de este plano. Un par de días en que el mundo de los vivos convive con el de los muertos y durante los cuales todo se colma de luces, colores, risas y calaveras.
Altares en las casas, visitas a los cementerios, que se llenan de velas y flores de cempasúchil (amarillas, para guiar a los muertos) y comer el llamado «pan de muerto» son algunos de los ritos que se cumplen entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre.
La celebración atrae turistas de todo el mundo y desde el 7 de noviembre de 2003, fue declarada por la Unesco «Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad».
En los altares se suelen acomodar retratos, calaveras, bebidas que le gustarán al difunto o difunta y también comida.
Algunas familias duermen en los cementerios, que están abiertos durante las 24 horas. Y a veces contratan músicos para que toquen las canciones favoritas de los muertos al pie del sepulcro.
Desde la perspectiva mejicana, la muerte es vista como un paso más en la vida, por lo cual se decide celebrar y honrar a los que ya no están en el plano material.
Lo cierto es que con el paso del tiempo el Día de los Muertos se convirtió en un ícono, una tradición que traspasa generaciones y rompe fronteras, conquistando nuevas culturas, con música, color, arte, alegría y misterio.